“Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por Cristo. Sí, sin duda, y todo lo estimo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y no los tendré por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3:5-8). Descuidando el prestigio, el estatus y los privilegios, Pablo ahora era aún más ambicioso en su ministerio que en su persecución de los cristianos. No solo sufrió persecuciones, vergüenza, desnudez, desierto, frío, hambre, sed, ayunos, amenazas, traiciones, desgaste, sino también encarcelamiento, naufragio, robo, palizas, flagelaciones, lapidaciones y, finalmente, fue decapitado por su testimonio de Jesucristo ( 2 Corintios 11:23-27). Siendo autor de más de la mitad del nuevo testamento a través de las cartas a las iglesias de esa época animó y educó a los nuevos creyentes en la verdadera doctrina.

La verdadera doctrina que se teje a través de los profetas del Antiguo Testamento y la historia testifica que Jesús es el Hijo de Dios que había de venir y sufrir como el Cordero de Dios. Para tomar los pecados del mundo sobre Sí mismo y sufrir el rechazo, la tortura vergonzosa, la muerte y el entierro a manos de aquellos a quienes Él creó y amó. Entonces Jesús resucitó de entre los muertos y ahora testifica a favor de todos los que vienen a Él en humildad y arrepentimiento de sus pecados, para servirle y contarles a otros acerca de Su redención.